martes, 24 de noviembre de 2009


14. lección del 23 de noviembre. Entre modernidad y posmodernidad.
Sistemas, objetivos y medios de los proyectos.

Para introducir en nuestro curso de proyectos los antecedentes y la seguridad con que actuaron los modernos hay que decir, a riesgo de resumir toscamente la historia, que la Gran Guerra (después conocida como Primera Guerra Mundial) produjo profundos cambios en los hábitos de Occidente: desarrolló la Revolución Industrial, confirmó la Revolución Rusa y asumió la ciencia positiva como directora del pensamiento del nuevo siglo XX. Para la práctica con nuestro ejercicio actual conviene comprender que la arquitectura moderna trabajaba asumiendo con seguridad unos objetivos revolucionarios heredados de los precursores del XIX: el bienestar social, el progreso industrial y la razón positiva. Estos objetivos serán puestos en tela de juicio cincuenta años después por la posmodernidad pero, al menos en teoría, siguen vigentes debido a su aspecto moral. La asunción radical de estos objetivos llevaba aparejado el rechazo, asimismo radical, de la interpretación clásica de la tríada vitrubiana vigente desde el XVI.
Así, los mejores arquitectos abandonaron los grandes proyectos académicos del XIX (templo, palacio y museo) y se comprometieron con nuevos programas sociales, uno de los cuales era la casa para la gente. Los arquitectos actuaron como vanguardia y como inteligencia para la mayoría de una población que ahora se veía como una sociedad en progreso, y tuvieron la oportunidad de trabajar la casa con su nuevo sistema formal, creando espacios nuevos y articulados, válidos para todo proyecto. El instrumento del progreso era la industria, en la que depositaron una nueva fe casi religiosa. Una construcción industrial era lo opuesto al oficio artesanal y la arquitectura de los nuevos materiales, acero, vidrio y hormigón rechazó la decoración y los oficios añadidos. La arquitectura, como el resto de las artes, quería reconciliarse con la ciencia positiva y verse a sí misma como una ciencia. Para este objetivo, los modernos exaltaron su carácter experimental y su parte técnica, es decir, sujeta a la matemática del cálculo (resistencia, economía e instalaciones). Esta posición racionalista comportaba un fuerte recelo de lo subjetivo o de lo irracional y por tanto evitó atribuirse categorías artísticas; la categoría de la belleza, de venustas, le resultaba difícil de asumir. Las magníficas imágenes en blanco y negro ilustraban un discurso esencialmente ético, que justificaba su construcción y aun su manierismo en los términos propios de la mdernidad: el sistema formal se defendía por su universalidad, su ajuste a las ciencias objetivas, como la economía o el cálculo y por su papel en la conquista del bienestar para una sociedad igualitaria. La TECNICA era el concepto clave para superar lo artístico individualista y ligar arquitectura y ciencia positiva.
Durante el último tercio del XX estos ideales sufrieron un cambio radical. Una sociedad occidental opulenta olvidó el móvil del bienestar social y su base técnica. En cambio, ahora el móvil era el consumo y su base, la comunicación. La imagen tomó una autonomía extraordinaria, y el proyecto de arquitectura la primó por encima de otras técnicas. El proyecto empezó a elaborarse desde la imagen, antes que desde el programa o las ciencias positivas, que serían secundarias. Este proyecto imagen o proyecto maqueta utilizaría enseguida las técnicas de la publicidad y de los efectos especiales. Y lo que más interesa en nuestro curso es que la consistencia del proyecto moderno, que hemos descrito como la relación de coherencia entre programa, construcción y sistema formal, quedó sustituida por otra consistencia de categorías distintas.
La arquitectura posmoderna sustituyó la coherencia que tenía el sistema formal con la lógica de uso y de construcción. La forma se hizo independiente e incluso la construcción de la forma se convirtió en un proyecto autónomo, comprometido con nuevas categorías, compartidas con la publicidad y la comunicación. Esta eran: la novedad, disfrazada de “originalidad”, a menudo sensacionalista (la sorpresa) y lo contrario de un real contacto con el origen; la marca de autor como garantía de valor, y la exhibición de la técnica como garantía de actualidad. Las dos primeras son categorías propias de la moda; la tercera se llamó “tecnología”. Que esta tecnología no estuviera ligada a la verdad ni a la necesidad, sino a la exhibición, deshacía el compromiso ético de la modernidad. El sistema formal se trabajaría en adelante con medios cibernéticos o maquetas, es decir, con medios escultóricos virtuales o reales.
La gestión del programa anuló su conexión con la necesidad y se sustituyó por el discurso retórico, esto es, destinado a convencer y no a informar. El discurso objetivo de intenciones de los modernos se sustituyó por otro subjetivo lleno de metáforas y alusiones sin relación precisa con el objeto del proyecto. Los contenidos funcionales pasaron a ser el pretexto para el despliegue de un proyecto publicitario concebido como una presentación de apoyo para la presentación del proyecto.
La nueva técnica, la “tecnología”, mantuvo su compromiso histórico con los medios de cálculo y así, la tecnología posmoderna es a la vez técnica de imagen cibernética, cálculo cibernético y efectos especiales cibernéticos. La forma de la construcción se deduce ahora de la imagen deseada y no al contrario.

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